sábado, 17 de marzo de 2012

¿Para qué sirven las cárceles? Habla la víctima.



  Tal día como hoy, hace 20 años, mandé a mi hijo a la gasolinera a comprar pan. Sólo tenía 12 años, pero pensamos que era lo suficiente adulto, como para cruzar la carretera y traerlo desde la gasolinera de enfrente. Pero nadie es lo suficientemente adulto como para ser testigo de un atraco con violencia. De haber sabido que le iba a mandar directo hacia la muerte, habría ido yo sin dudarlo (o no habría ido nadie). Siento que he matado a mi hijo y no me lo perdonaré nunca.

  Todo el mundo con quien hablo, intenta convencerme de que no fue culpa mía. ¿Como que no? ¡No supe proteger a mi hijo!... Pero es posible que tengan razón. Ir a traer pan no debería conllevar ningún riesgo para su vida. Sólo se encontró con un indeseable que le iba a llevar a la muerte.

  Cuando entró el atracador, pistola en mano y dando gritos, mi hijo se quedó paralizado. No sabía qué hacer, ni qué decir. Lo único que pudo hacer al ver tal situación fue llorar y llorar. Mi hijo era consciente de que podía morir en aquel instante, y entró en un estado de pánico. Y cuando entramos en pánico, no podemos pensar, sólo actuamos según nuestro instinto de supervivencia. Su instinto animal solo le permitía llorar cada vez más fuerte. Pero el atracador parece que no entendió, que aquel pequeño ser que había tirado en el suelo, llorando como un bebé, no le suponía ninguna amenaza. Lo único que entendió, es que el llanto de aquel joven le estaba estresando.

  - Cállate o te pego un tiro.

  Fue la genial idea que tuvo el atracador para conseguir, que mi niño, llorase todavía más (y lo estresase más a él). Mientras, la cajera repetía una y otra vez "cálmate, te doy todo el dinero y ya está". El llanto del niño ponía más y más nervioso al atracador, mientras la cajera se afanaba en llenar el saco con el dinero del cajón.

  - Cálmate, de verdad, no pasa nada yo te lo doy todo.
  - Dile al niño que se calle
  - Deja al niño y tranquilízate, te doy el dinero.
  - ¡Que te calles!...

  Un disparo... y el silencio.




  Han pasado 20 años desde aquello. Pero todavía retumba en mis oídos, aquel fatídico disparo, como si lo escuchara una y otra vez. Todas las noches, al quedarme a solas con mi habitación, escucho el silencio de su muerte.

  Aún me pregunto qué de malo tiene, que un niño llore cuando está asustado. ¿Qué se le pasó por la mente al atracador para hacer lo que hizo? Nunca lo sabré. Durante el juicio solo podía desear que le cayese una pena bien grande. Este cabrón tiene que pagar lo que ha hecho, se lo merece. Empezaré a dormir tranquilo cuando sepa que se tirará media vida encerrado (pensaba yo)... Pero me sigue faltando mi hijo, su entrada en prisión no alivió mi sufrimiento ni mi ansia de venganza.

  Mañana es el día de su puesta en libertad. Tengo miedo. Tengo miedo por los hijos de otros, que pasarán por la misma situación que el mío. Tengo miedo de que el asesino de mi hijo, salga de la cárcel con la palabra venganza tatuada en el cerebro. Puede que venga a por mi o puede que a por otras personas. Pero el resultado es el mismo, ese tío no debería salir a la calle nunca más. 

  ¿Y por qué tengo tanto miedo? Es muy sencillo. Pienso que la privación de libertad, sin más, no hace a la gente ser mejor, sino peor. Tenemos miedo de que el ex-convicto siga siendo una persona peligrosa cuando salga. Y es normal. Dentro de la cárcel, los presos están privados de esas cosas que hacían en la calle. Además, durante un largo periodo de tiempo. Yo lo comparo con la mujer fumadora empedernida que se queda embarazada. Puede que deje de fumar durante el embarazo, pero en cuanto de a luz, su fumadora mente la hará volver a fumar (incluso puede que más que antes, debido a la depresión, al estrés que produce ser madre las 24h, etc.).

  El lugar del delincuente es la cárcel, lo mejor para todos es que continúe allí para siempre. El daño que ha hecho es irreparable, y tiene que pagarlo. No podemos consentir que esa gentuza esté en la calle. Los delincuentes se ríen de nosotros y de la justicia. Hay que endurecer las penas.*


*Esta es la actitud que observo en la mayoría de las víctimas y en gran parte de la sociedad española. Yo (el autor) no la comparto en absoluto. ¿Quizás porque no he sido víctima?

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